Mientras la ruta va ingresando en el corazón de la provincia de
Corrientes en dirección a Colonia Carlos Pellegrini, el paisaje
que asoma a través de las ventanillas de la camioneta sufre un cambio rotundo:
el entorno árido, pintado de tonos ocres y salpicado cada tanto por alguna
casita de paredes de adobe, va mutando hacia los verdes cada vez más intensos,
hasta que, en medio de la nada, un cartel anuncia la llegada a los Esteros
del Iberá, un estallido de color, naturaleza y vida silvestre.
En primer lugar aparecen unas palmeras, más adelante se deja observar algún carpincho asoleándose al costado del camino y varias bandadas de pájaros. De pronto, son millones de palmeras, familias enteras de carpinchos, chajás, yacarés, una infinidad de especies de pájaros que surcan el cielo y el agua que lo cubre todo y brilla furiosamente bajo el sol, tal como reza su nombre en guaraní: Iberá, que significa “aguas brillantes”. Parece un fascinante retorno al Jardín del Edén.
En primer lugar aparecen unas palmeras, más adelante se deja observar algún carpincho asoleándose al costado del camino y varias bandadas de pájaros. De pronto, son millones de palmeras, familias enteras de carpinchos, chajás, yacarés, una infinidad de especies de pájaros que surcan el cielo y el agua que lo cubre todo y brilla furiosamente bajo el sol, tal como reza su nombre en guaraní: Iberá, que significa “aguas brillantes”. Parece un fascinante retorno al Jardín del Edén.